Cuidar la comunidad,
proteger el agua

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Más de 5.400 millones de dólares

llegaron en 2018 en El Salvador a través de las remesas enviadas por la población migrada al extranjero, principalmente en los EEUU.

30.000 personas

aproximadamente, fueron asesinadas en un etnocidio en 1932. Menos del 1% de la población salvadoreña se reconoce como indígena.

8.177.346 personas

en el 2019, habitan El Salvador. Es de los países más densamente poblados del mundo (315.72 hab./km²) y el más pequeño de Mesoamérica

SARA
GARCÍA

Ubicación:

Apopa (El Salvador)

Ubicación Apopa

SARA
GARCÍA

LAS MUJERES QUE PROTEGEN LA LLUVIA EN EL SALVADOR

El Salvador. Un país tan pequeño, pero tan rico. En algún momento se denominó Kuskatan, “tierra de joyas” en el idioma originario náhuat. Desde el colonialismo, durante siglos las potencias extranjeras han llegado para arrancar de raíz la riqueza que guarda el suelo salvadoreño, coronado por decenas de volcanes. Minerales, materiales preciosos y agua son parte del botín de guerras que las transnacionales codician hoy.

Pero este expolio subterráneo no sería posible si, antes, El Salvador no hubiera perdido la comunalidad del campo después de siglos de colonización y de erosión del tejido social. Una de las fechas más crudas es el 22 de enero del año 1932, momento en que se organizó una rebelión popular para recuperar sus derechos y sus tierras. La dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez sofocó el levantamiento y los cuerpos de seguridad estatales asesinaron a borde 30.000 personas, principalmente población indígena y campesina. Después de esta masacre, se persiguió el idioma náhuat y por el temor a la violencia, la población indígena sobreviviente tuvo que renunciar a su identidad. Las represalias podían ser la discriminación, las agresiones, la prisión o el asesinato.

El año 1932 la dictadura salvadoreña asesinó borde 30.000 personas, principalmente población indígena y campesina, que conformaban la resistencia popular. Las consecuencias de este etnocidio siguen resonando en el país.

En este contexto, emplear una palabra de origen náhuat para denominar su colectivo es un acto de resistencia. La colectiva de mujeres Kawoq quiere rendir homenaje a la cosmovisión maya, y hace referencia a los nahuals o “signos de los días”. En concreto, significa el crecimiento, la fertilidad, la energía por la abundancia tanto material como espiritual. La energía que lleva la lluvia para dar buenas cosechas. Para este grupo feminista, Kawoq compila el trabajo de la naturaleza, de las mujeres, de las ancestras y comunitario. Puede parecer un acto de rebelión simbólico, pero en un país que sólo este año ya suma 120 feminicidios, exponerse a luchar públicamente no es fácil.

Más todavía si quienes lo hacen son las mujeres rurales de una zona como Apopa, conocida por la intensidad en presencia y violencia de “los números”, de las pandillas Barrio-18 y el MS-13. Pero para las mujeres de Kawoq las filas enemigas no se reducen a cuerpos de adolescentes tatuados: el verdadero enemigo a tumbar es el sistema capitalista globalizado que permite a las transnacionales apropiarse de los territorios.

“Nosotras somos mujeres violentadas, criminalizadas y desacreditadas. Esto hace que las mujeres líderesas no podamos andar tranquilas, por todo lo que implica luchar por nuestros derechos”, señala Sara García. Es miembro del colectivo feminista y acumula muchos años de lucha y de exposición, principalmente para defender los bienes comunes de las zarpas extractivistas. García denuncia que en El Salvador se priorizan los bienes financieros por ante el bienestar de la población. “Nos han vendido la idea que habrá desarrollo. Al final la gente no entiende que el desarrollo es para las empresas. Se da un expolio de los bienes naturales, una expropiación de las tierras… Y se genera una división de las comunidades y de los liderazgos”, denuncia, además de la persecución y criminalización de las personas que defienden el derecho humano a los bienes naturales. Como el agua.

La Colectiva de Mujeres Kawoq

La Colectiva de Mujeres Kawoq es una organización salvadoreña de base, feminista y no mixta, conformada por mujeres campesinas y defensoras del territorio.

Su frente de batalla principal es la defensa del agua: a pesar de que por ley no se puede privatizar en El Salvador, igualmente es expoliada. En Nejapa, dentro de Apopa, vivieron una batalla contra una transnacional que llena espacios publicitarios por todas partes y vende un modelo de felicidad envasada: la Coca Cola Company. La transnacional estadounidense tiene instalada en el territorio una planta embotelladora, que ya ha drenado exhaustivamente los acuíferos locales. Ante la amenaza que una ampliación de la fábrica agotase los mantos hídricos, las 30.000 habitantes se organizaron y frenaron el proyecto.

Aún así, fue una victoria a medias. A 2019 la población de la zona sigue afectada por la carencia de acceso al agua. Sara García explica que en 1998 se cambió una ordenanza del uso del suelo: pasaron de agrícolas a ociosas. “Estas tierras habían estado históricamente cafetales, fincas, bosques centenarios… era una zona de recarga hídrica, gracias a la masa boscosa. Después del reordenamiento, empresas e industrias se instalaron, acaparando el agua”, que se ha convertido en escasa y preciada en El Salvador, relata García.

Siguiendo unas carreteras de tierra retorcidas se llega a la finca Chacalapa, en Apopa, donde la comunidad local se ha autoorganizado para proteger el agua. “Ésta es una cuenca pequeña, de los pocos pulmones y bienes de la naturaleza que nos quedan y que estamos defendiendo”, explica García desde el espacio comunitario de abastecimiento hídrico. Es una fuente que bebe del río Chacalapa y que se gestiona comunalmente. Sin pulmones como éstos, el ciclo de regeneración hídrico se rompe. Llegan las sequías, el hambre, las enfermedades. Sin el agua y la vida que de ella brota, no habría lluvia. Las integrantes de Kawoq son parte de las miles de mujeres salvadoreñas que defienden la lluvia, el agua, la vida.

“Hemos luchado para que la alcaldía no se quedase la gestión del proyecto y para que estos nacimientos no pasen a manos privadas. La gestión del agua debe ser comunitaria”

“Hemos luchado para que la alcaldía no se quedase la gestión del proyecto y para que estos nacimientos no pasen a manos privadas. La gestión del agua debe ser comunitaria”, argumenta García, para garantizar que su uso sea sostenible. Además, como explican ella y sus compañeras de Kawoq, la comunalización garantiza que llegue a los hogares. Y si llega a los hogares, llegará a las mujeres, que son las que se ocupan de las tareas reproductivas y de cuidados en el ámbito doméstico. Sea de forma remunerada o no.

planta de Coca-Cola Company en Nejapa

En Nejapa, El Salvador, se instaló una planta embotelladora de la Coca-Cola Company. Su uso de los acuíferos ha secado pozos, desmontando el equilibrio en los mantos hídricos que abastecen a la comunidad local.

A su vez, estos espacios comunitarios son puntos de encuentro para las mujeres. Una forma de recuperar, con cierto grado de seguridad, los tejidos y vínculos ancestrales. Sara García recuerda que allí pasaba la niñez: “cuando tenía siete años, nos bañábamos aquí. Solo mujeres. Veníamos a recolectar café, hablábamos y compartíamos durante el tiempo de la guerra [civil, del 80 al 92]. Aquí he crecido y aquí me he abastecido de agua siempre”, explica al pie del caudal de agua que nace en la fuente de Chacalapa.

En este pequeño reducto de resistencia y equilibrio, parece que el impacto no debe haber sido tan grande. Pero solo hay que andar un poco bajo los árboles para ver que el entorno está lleno de desechos. Con un alto grado de ironía universal, hay muchas botellas de plástico con la etiqueta de la Coca Cola.

La llegada de las transnacionales alteró no sólo el uso de las tierras; también generó una red de carreteras vinculada al extractivismo, construidas no para mejorar los desplazamientos locales sino para alimentar las venas del capitalismo global. “Son caminos sólo para el paso comercial de las empresas. A raíz del impacto de las transnacionales ha disminuido el caudal de las fuentes hídricas, hay más contaminación en el agua y polución en el aire, se genera más basura, hay más división (física y política) entre las comunidades… Aquí estamos acostumbrados a no reaccionar hasta que no tenemos encima el problema”, explica García. Y el problema hace mucho tiempo que lo tienen encima. Sobre todo las mujeres. Aun así, ellas han dicho basta.

“Las mujeres somos las que sostenemos las curas, la red de vida y las que vivimos más empobrecidas. Los bancos no sostienen el país: lo hacemos las mujeres con todo este trabajo invisible, que no se paga”

Desde Kawoq argumentan que “todos los impactos que recaen en la naturaleza están más presentes en la vida y los cuerpos de las mujeres. Por eso, la lucha del agua pasa por nuestros cuerpos y territorios. Somos las que sostenemos los cuidados, la red de vida y las que vivimos más empobrecidas. No tenemos acceso a los bienes de la naturaleza y, a pesar de esto, sostenemos el planeta y la economía. Los bancos no sostienen el país: lo hacemos las mujeres con todo este trabajo invisible, que no se paga”, defiende Sara García, bajo la cubierta natural de árboles altos y fortalecidos. Árboles que, de las hojas a la raíz, conectan la tierra con el cielo y forman parte de la cadena natural que generará lluvias. Lluvias protegidas por el trabajo invisible de centenares de mujeres.

La font Chacalapa

La finca Chacalapa es uno de los pocos pulmones naturales que quedan en Apopa, El Salvador. Es un punto de encuentro de mujeres que usan su agua para las tareas reproductivas y de cuidados.

Texto: Anna Celma
Fotografía: Montse Giralt
Vídeo: Estel·la Marcos

MARTA
RIBAS

Ubicación:

Sensuntepeque (El Salvador)

Ubicación de Sensuntepeque

MARTA
RIBAS

RECUPERAR LAS TIERRAS COMUNITARIAS ES CLAVE PARA DEFENDER EL AGUA

El motivo principal de la revuelta del 1932 en El Salvador se puede situar en el latifundismo imperante, que culminaba varias décadas de imposición del monocultivo del café. Desde el 1882 había iniciado el acto final del periodo de propiedad comunitaria de la tierra. Por la fuerza o empleando las leyes, el periodo colonial se había transmutado para refinar el proceso de confiscación del suelo. Que los medios de producción de alimentos quedasen cada vez en manos de más pocas personas, significaba que la gran masa de población salvadoreña se veía abocada a la desocupación, el subempleo o la temporalidad. Eran mano de obra barata para los latifundios y carne de cañón para los intereses extranjeros.

Una dinámica que se perpetuó durante el siglo XX, transformándose las formas de explotación y entrando al azulejo de juego la figura de las empresas transnacionales -esbozos fidedignos de la red de intereses globales que hoy en día exprime y socava la América Latina, del Sur a Mesoamérica. En El Salvador la población campesina e indígena siguió sin tierras y teniendo que renunciar a su ancestralidad por temor que se repitiera el etnocidio.

En los años 80 del siglo XX, con de la guerra civil, se dio el gran éxodo migratorio hacia los EE. UU.. El año 2017, alrededor de 2,3 millones de salvadoreños y salvadoreñas estaban exiliadas en el país federal. Fuera por motivos políticos, económicos, sociales… una gran parte de la población había tenido que emprender el camino migratorio. Desde allá, sin embargo, llegaría de retorno uno de los grandes sostenimientos del país: las remesas. El año 2018, El Salvador recibió más de 5,400 millones de dólares a través de las remesas enviadas por la población migrada. El punto de origen de la mayoría de remesas fue los EE. UU., con más de 5.000 millones de dólares enviados. Muchas de las mujeres que migran lo hacen para trabajar en las tareas reproductivas y de cuidados, en los espacios domésticos en la economía informal. En El Salvador, el salario mínimo es de 200$ mensuales, pero son muchos los oficios que no llegan a este tope: por ejemplo, en la agricultura, una actividad amenazada.

Muchas de las mujeres que migran lo hacen para trabajar en las tareas reproductivas y de cuidados, en los espacios domésticos en la economía informal. Las remesas que envían desde el extranjero sostienen las familias que han dejado en El Salvador.

Marta Ribas habla desde el margen del río Lempa a la altura de Cabañas. Es una serpiente de agua de 422 km de longitud que cruza Guatemala y Honduras para llegar al océano a la costa salvadoreña. Es el afluente principal de Salvador, la cuenca hidrográfica más grande de este país. Sus aguas abastecen a la mayoría de la población, en especial quien vive en la capital, San Salvador, pero también a todas las comunidades que bordean el río.

“Si bien somos un país empobrecido, dependientes de las remesas, la minería (y la economía extractivista) no es una alternativa para salir de pobres. Antes que tener una riqueza económica, es más importante tener una riqueza natural, como el río”.

Marta Ribas es miembro de ADES Santa Marta, situada en Sensuntepeque, al noroeste del país y próximo a la frontera hondureña. Es una organización salvadoreña que quiere promover el desarrollo económico y social a través de la soberanía alimentaria, comunitaria y anticapitalista. Con el embate de las transnacionales al país, ADES incorporó también la lucha contra los proyectos extractivistas, como la minería metálica. Su eje transversal, explica Marta, es el empoderamiento de las mujeres y la lucha por una igualdad efectiva en un contexto donde esto empieza por la protección de la tierra y la defensa del agua.

El rio Lempa

El río Lempa es la cuenca hidrográfica más grande de El Salvador. Sus aguas abastecen a la población de la capital, San Salvador, y a más de 5.000 personas que viven en las comunidades que bordean su curso.

El río Lempa, el mayor de Salvador, tiene varias presas que lo atrapan: las centrales hidroeléctricas Cerrón Grande (1963), 5 de noviembre (1976) y 15 de septiembre (1954). Las tres son gestionadas por la Comisión Ejecutiva Hidroeléctrica del Río Lempa (CIELO), una institución pública que forma parte del gobierno salvadoreño. En su momento, la construcción de las presas generó desplazamientos forzados cuando se obligó a la población a migrar de los terrenos que se inundarían en la creación de embalses artificiales. A la población afectada, explica Ribas, “se le dijo que aceptara vender sus tierras. Al negarse, los expulsaron igualmente. Una vez inundadas las tierras, ¿cómo iban a volver?”.

“En El Salvador existen muy pocas tierras comunitarias, la mayoría son pequeñas parcelas familiares, pero muchos hogares no tienen y las deben alquilar. Esto es un gran debilitante para las familias y las comunidades, que pierden capacidad de resistencia ante el embate de proyectos extractivistas”

Para la activista, esto no habría pasado si la tierra tuviera propiedad comunitaria. Algo similar a lo que pasa con la amenaza que han superado -por ahora- en el territorio, en la zona de Cabañas: la minería metálica. “En El Salvador existen muy pocas tierras comunitarias, la mayoría son pequeñas parcelas familiares, pero muchos hogares no tienen y las deben alquilar. Esto es un gran debilitante” para las familias y las comunidades, que pierden fuerza y capacidad de resistencia ante el embate de proyectos extractivistas. Este contexto es “un gran punto a favor” de cualquier empresa que quiera comprar tierras al país; si se tiene suficiente dinero, es fácil hacerse con la mayor parte del territorio salvadoreño, que en total suma unos 21.041 km².

Esto es el que pasó con El Dorado. Entre el 2004 y el 2005 la canadiense Pacific Rim inició el proyecto. Se trataba de unas prospecciones exploratorias en busca de oro y plata. La mina metálica, en caso de haberse iniciado, habría generado grandes daños para la población local y para el río. Por un lado, habría causado un enorme expolio del agua por la actividad extractiva, acaparando el recurso hídrico; por otro lado, habría generado una contaminación muy peligrosa por la flora y la fauna, además de poner en riesgo el bienestar de la población, con más de 5.000 personas afectadas directamente si se ponía en marcha.

Alejandro Guevara y Marta Ribas

Alejandro Guevara y Marta Ribas forman parte de los movimientos de base que combatieron el proyecto extractivista El Dorado, de la transnacional canadiense Pacific Rim. De haberse iniciado la explotación de minería metálica de oro y plata, diversas comunidades de la zona se hubiesen visto afectadas.

Cómo explica Alejandro Guevara, vecino de Cabañas e implicado en la lucha, para las comunidades y para el río el proyecto minero significaba “la muerte total. Todo El Salvador sería un país destruido con la minería metálica”. Las comunidades se organizaron fuertemente para hacer frente a la amenaza y gracias a su presión constante, el gobierno salvadoreño tuvo que mover ficha. Primero fue el proyecto El Dorado, que se paralizó en la fase exploratoria. Pacific Rim tuvo que parar las máquinas, porque la población organizada puso el cuerpo y la vida para detenerlas físicamente, después porque no consiguieron la licencia de explotación.

El año 2017 se prohibió la minería metálica en el país, poniendo un punto y aparte a la lucha contra Pacific Rim -que por el camino había demandado al gobierno salvadoreño, sin éxito. Pero como dice Marta Ribas, no se trata de un punto final. “Hay 29 proyectos mineros en potencia que podrían instalarse en el río Lempa en caso de que el estado salvadoreño volviera a legalizar la minería metálica”, explica. Están pausados, siempre que la Asamblea Legislativa no sienta suficientes presiones o simpatías hacia las transnacionales -y sus intereses económicos- para levantar el veto que salvaguarda este río y otros territorios del país.

Para Marta Ribas, el Banco Mundial defiende a las transnacionales y sus intereses van por encima de los de las poblaciones

Las victorias son agridulces. Quizás no son ni victorias, si se lucha contra el extractivisme. Para Marta Ribas, Banco Mundial defensa a las transnacionales” y sus intereses van por encima de los de las poblaciones. “El pueblo no ganó”, se lamenta Ribas, por mucho que Pacific Rim perdiera el juicio. “El pueblo no ganó, porque la empresa reclamaba 301 millones de dólares al Estado y cuando el tribunal sentenció en contra suyo, solo la obligaron a pagar 8 millones de dólares. Pacific Rim decía que pedía más de 300 millones porque había tenido pérdidas de beneficios. ¿Qué pérdidas? Si no tenían permiso de explotación, sólo de exploración. El Estado salvadoreño tuvo que pagar 12 millones de dólares para costear el proceso judicial”, denuncia Ribas. Por el camino, el Estado perdió dinero, a pesar de haber superado el juicio. ¿Y Pacific Rim? Se disolvió, al entrar en bancarrota, absorbida por OceanaGold, una transnacional australiana que actualmente sostiene los derechos del Dorado.

“No ha habido reparación ni social, ni medioambiental ni económica. El pueblo no ganó, porque no volvieron los compañeros que tuvieron que exiliarse” a causa de la lucha contra la transnacional, argumenta Ribas, “ni devolvieron los compañeros asesinados”. Hubo varios. Dora Alicia Recinos Sorto, embarazada en el momento de su asesinato. Ramiro Rivera Gomez. Marcelo Rivera Moreno.

barca de pesca

Las comunidades en la orilla del Lempa viven del río. Pescan en él, consumen su agua, la usan para la agricultura, para la higiene, para el pastoreo de animales…

“Una de las estrategias de Pacific Rim fue disfrazar estos asesinatos de rencillas pandilleras. Si bien los ejecutores quizás pertenecían a las maras, no eran muertes causadas por la violencia de las bandas”, asegura Marta Ribas. “Llevar inversión extranjera al país significa hacerlo a cualquier precio, y muchas veces no van a favor del pueblo, sino que es explotativa. Por eso es tan importante blindar las leyes conseguidas”, argumenta. Que la minería metálica no vuelva a socavar la tierra y que el agua siga sin poderse privatizar.

Pero todo esto tiembla ante los cambios gubernamentales, sobre todo a raíz de las elecciones presidenciales de febrero del 2019, con la victoria de Nayib Bukele, del partido Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), autodefinido como “conservador y de derecha popular”. Por ahora, con la prohibición a la minería metálica, El Dorado está cancelado y OceanaGold afirma que no tiene previsto “invertir” en El Salvador. “La empresa [Pacific Rim] sabía que todos los gobiernos son dinámicos. En algún momento, pensaron, volverá a haber un contexto favorable por nosotros”, relata Ribas. Por eso, “mientras haya oro y plata la amenaza continúa”. Y por lo tanto, la lucha continúa.

Para Marta Ribas, las mujeres ponen el cuerpo para defender la vida en todos los ámbitos. “A menudo, en las luchas en defensa del territorio, ellas quedan relegadas a las tareas reproductivas y no se ve la relevancia de su aportación”

En este contexto, las mujeres juegan un papel fundamental. Porque ellas hacen un doble y triple activismo en la defensa de los bienes comunes. Para Marta Ribas, las mujeres ponen el cuerpo para defender la vida en todos los ámbitos. “A menudo, en las luchas en defensa del territorio, ellas quedan relegadas a las tareas reproductivas y no se ve la relevancia de su aportación. De cómo posibilitan y sostienen la vida. Parece que si hacen el café, si cocinan, si cuidan a niños, si atienden a enfermos o heridos, si llevan los alimentos, si se encargan de los campamentos base, si van a buscar agua…” en definitiva, si trabajan mientras haya luz y también a oscuras, parece que no hacen bastante sólo porque llevan a cabo tareas de cuidados, explica la activista. De hecho, muchas participan de las luchas comunitarias a la vez que cuidan de niños, por lo que tienen que llevarlos a las movilizaciones, a los talleres, a las marchas… algo que los hombres no hacen. Socialmente no se espera que lo hagan ni se les culpabiliza por hacerlo.

Ellas cuidan la tierra, defienden los bienes comunes y la naturaleza. Y emocionalmente, hacen una enorme tarea en la lucha comunitaria. “En el afán del cuidado a otras personas, las mujeres nos descuidamos a nosotras. Siempre damos importancia al resto, poniéndonos en el último escalón de prioridades. Para continuar la lucha y garantizar la defensa de los bienes comunes, hay que responsabilizarse del autocuidado. Es un derecho y también un deber, para hombres y mujeres”, argumenta Marta Ribas, “para poder luchar de forma llena, de forma alegre, de forma libre. Para poder luchar, sí, pero también disfrutarlo”, defiende.

companyes de lluita assassinades

A la seu d’ADES Santa Marta recorden les companyes de lluita assassinades durant el procés en contra del projecte miner El Dorado, de la transnacional canadenca Pacific Rim.

Texto: Anna Celma
Fotografía: Montse Giralt
Vídeo: Estel·la Marcos