Cuidar el territorio
a pesar del
desplazamiento

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70%

del agua potable consumida en Colombia nace en el Macizo Colombiano.

30.000 hectáreas

del Macizo Colombiano afectadas por concesiones mineras de transnacionales.

7.816.500 de personas

desplazadas por la violencia en Colombia según ACNUR (6.183.900 en Síria).

LUZ MYRYAM
RESTREPO

Origen:

Orilla del Riu Magdalena (Colombia)

Migración a:

Neiva (Colombia)

83,5 km

Trayectoria desde La Sierra a El Cali

LUZ MYRIAM
RESTREPO

La Laguna de la Magdalena vive en uno de los trece páramos del Macizo Colombiano, al sur del departamento del Huila. Las comunidades indígenas y campesinas de la región la conocen como el Útero de la Madre Tierra y llegar a ella requiere de todo un ritual de ofrenda. Es en esa laguna, una de las más de 360 que habitan el Macizo, que nace el río Magdalena, arteria fluvial de Colombia que la cruza desde cerca de la frontera con Ecuador hasta el mar Caribe. 1540 km, de origen a destino, de un mismo fluir, de un mismo cuerpo. Un mismo cuerpo que, sin embargo, en las últimas décadas ha sido fragmentado, cortado, mutilado, por una decena de represas hidroeléctricas. Para el año 2030, la proyección del gobierno colombiano y sus locomotoras para el desarrollo es que sean diecisiete los muros de cemento generadores de energía eléctrica instalados en el Magdalena.

Luz Myriam era una pescadora artesanal cuya labor dependía absolutamente de la salud del ecosistema alrededor del Magdalena.

Luz Myriam Restrepo vivió durante muchos años del río, con el río y en el río. Las aguas del Magdalena representaban su sustento y su hábitat. Como otros centenares de oriundos de los municipios de Gigante y Hobo, en el centro del departamento del Huila, Luz Myriam era una pescadora artesanal cuya labor dependía absolutamente de la salud del ecosistema alrededor del Magdalena. La economía de la región, sumergida en un estilo de vida comunitario y rural caracterizado por la autonomía, dependía principalmente de las actividades pesquera y campesina.

Cuando Luz Myriam comenzó su lucha contra la instalación del proyecto hidroeléctrico que el presidente de extrema derecha Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) había anunciado para su territorio, sus hijas tenían tres y diez años. A pesar de los años de batalla como lideresa social de la Asociación de Afectados por el Proyecto Hidroeléctrico el Quimbo (ASOQUIMBO) para impedir la construcción del megaproyecto extractivista, el año 2011 Restrepo tuvo que ver como se inauguraba esta represa construida con capital italiano y español por las empresas ENEL y ENDESA bajo el nombre colombiano de ENEL-EMGESA. Con ella se inauguraban 8.500 hectáreas de territorio campesino inundadas, más de 28.000 personas damnificadas y unas 15.000 desplazadas forzosamente. Se había erigido el muro del desorden ambiental, económico y social para su región.

El modelo de desarrollo basado en una lógica extractivista ha impuesto en los territorios rurales de América Latina actividades como la mega-minería, el fracking, el monocultivo extensivo para agrocombustibles o las grandes represas hidroeléctricos con todas las consecuencias negativas que éstas acarrean para las comunidades.“El Estado decía que la presa sería un modelo de desarrollo ejemplar para el departamento. Que iba a crear muchos empleos, que la gente tendría mejor calidad de vida…Nada de eso se dio”, denuncia Luz Myriam: “calidad de vida no es aquella que nos manda a pasar hambre, que destruye nuestras familias, que nos desplaza de donde vivimos.”

Luz Myriam al Rio Magdalena

Luz Myriam en el Río Madalena, donde vivía de la pesca antes de la construcción de la represa del Quimbo

Desde hace cuatro años, Luz Myriam limpia casas en la ciudad de Neiva, capital del Huila. “Inicié trabajando en una casa de familia en la que entraba a las seis de la mañana, salía a las siete de la noche y cobraba 400.000 pesos al mes – 110 euros-.

“Cuando inició la construcción del Quimbo fué un desvanecimiento de la pesca artesanal total, de un 100% porque con las retro excavaciones, los químicos que se echaban, la tala de árboles (…) el pescado se escondía y el que no, se fue muriendo”, explica la pescadora. Los 95.430 metros cuadrados de cemento cortaron por completo la relación de las comunidades con el río y con la naturaleza y las llevaron al desplazamiento forzado hacia zonas urbanas donde, en el caso de Luz Myriam como en el de muchas otras mujeres, se vio obligada casi automáticamente a trabajar en la economía de los cuidados. Desde hace cuatro años, Luz Myriam limpia casas en la ciudad de Neiva, capital del Huila. “Inicié trabajando en una casa de familia en la que entraba a las seis de la mañana, salía a las siete de la noche y cobraba 400.000 pesos al mes –110 euros-: lo más duro es saber que una era independiente y tener que ir a trabajarle a otros, ellos son de clase alta y a una la desprecian”, denuncia Restrepo. Con este salario, que equivale a menos de la mitad del salario mínimo colombiano, resulta imposible viajar cada día desde su territorio hasta la zona urbana. El transporte cuesta 70.000 pesos ida y vuelta, y puede tardar hasta dos horas para llegar a Neiva, así que el desplazamiento completo a la ciudad se vuelve forzado e inevitable.

El rio Magdalena seco

A raíz de la construcción de las presas Betania y Quimbo, el río Madalena se ha secado en algunos tramos.

“Estos proyectos extractivistas no solo extraen una materia, un recurso natural”, explica Luis Eduardo Barrios, activista de ASOQUIMBO, sino que “destruyen el tejido social de la gente, extraen sus vidas que ya no son lo mismo después de esos proyectos, su vínculo con la tierra”. Efectivamente, el estilo de vida de Luz Myriam, como el de tantas campesinas, indígenas y afrodescendientes que se ven continuamente obligadas a migrar hacia la ciudad por motivos derivados de este modelo de desarrollo que impone el sistema capitalista colonial, cambia absolutamente al pasar de una lógica comunitaria del cuidado de la familia y de las tareas necesarias para vivir, a un paradigma individualista y comercializado que crea nuevas necesidades y aliena los cuidados básicos.

La lucha es “contra un monstruo transnacional”, contra “un capitalismo que está en estos momentos en su fase más despiadada, más salvaje, más destructiva.” La lucha es “por el territorio, por el agua y por la vida”, afirma Barrios.

“Nos ha tocado ir a mendigar y a humillarnos ante los demás cuando no debió ser así porque acá – en las orillas del Magdalena- nosotras no necesitábamos nada, lo teníamos todo. Ahora una llega a la casa molida, a duras penas se da cuenta de las hijitas y acuestese (…) porque hay que seguir con la rutina, es una vida muy cruel”, se lamenta Luz Myriam, quién, en muchas ocasiones, ha tenido que delegar el cuidado de sus hijas a su mamá. Ocho años después de su instalación, la lucha de ASOQUIMBO continúa siendo contra la represa del Quimbo, ahora por su desmantelamiento inmediato. “Nuestra lucha es en contra de la política mineroenergética extractivista, esa es nuestra pelea. Ir en contra de todos estos proyectos que destruyen el territorio, rompen las cadenas productivas, vulneran derechos, destruyen el ambiente...”, asegura Luis Eduardo Barrios. Según el activista, la lucha es “contra un monstruo transnacional”, contra “un capitalismo que está en estos momentos en su fase más despiadada, más salvaje, más destructiva.” La lucha es “por el territorio, por el agua y por la vida”.

Luz Myriam caminando

Luz Myriam vuelve a casa, en Neiva, después de todo en día trabajando.

Texto: Berta Camprubí
Fotografía: Montse Giralt
Vídeo: Estel·la Marcos

CONSUELO
CANCHALA

Origen:

La Sierra (Colombia)

Migración a:

Cali (Colombia)

199 km

Trayectoria desde La Sierra a Cali

CONSUELO
CANCHALA

Consuelo Canchala nació un mes de octubre de 1983 en la vereda de Los Robles del municipio de La Sierra, al sur del Cauca colombiano. La Sierra es uno de los territorios centrales del Macizo Colombiano, también llamado La Estrella Hídrica, pues de sus montañas y sus páramos nacen cinco de los ríos más grandes del norte de América Latina, entre ellos el Caquetá, el Cauca y el Magdalena. Unos van a desembocar a la cuenca amazónica, otros al Océano Pacífico y otros al Caribe haciendo posible que ésta gran fuente hídrica ofrezca a Colombia el 70% del agua potable que utiliza.

Según organizaciones del Macizo Colombiano, como Proceso Popular y Campesino de la Vega Cauca, más de 30.000 hectáreas de su territorio están afectadas por títulos mineros de multinacionales como la sudafricana Anglo Gold Ashanti y la canadiense Continental Gold.

De este modo, la tierra natal de Consuelo se conforma como un territorio de exuberantes aguas donde abundan también los minerales y las piedras preciosas. Según organizaciones del Macizo Colombiano, más de 30.000 hectáreas de su territorio están afectadas por títulos mineros de multinacionales como la sudafricana Anglo Gold Ashanti y la canadiense Continental Gold. Por eso, Consuelo y la comunidad campesina a la que pertenece junto a la comunidad indígena del pueblo Yanacona a la que pertenece su marido, Hernán Palechor, se constituyen como guardianas del Macizo y de los bienes comunes que éste custodia. Comunidades ancestrales que, por su sola presencia en este territorio, por su resistencia cultural basada en una relación de armonía con la naturaleza, por su actividad agrícola y pecuaria de baja intensidad, se constituyen como pueblos defensores de la vida y del territorio.

Sin embargo, el sistema capitalista-moderno-colonial y su modelo de desarrollo de patrones eurocéntricos vienen significando desde hace muchas décadas el desplazamiento de éstas comunidades guardianas de La Estrella Hídrica hacia zonas urbanas. A los doce años Consuelo Canchala, igual que sus seis hermanas, tuvo que salir de Los Robles por primera vez para poder continuar con sus estudios secundarios.

“Mi infancia fue una niñez muy chévere porque vivía en el campo todo el tiempo y jugábamos libres”, cuenta la campesina. “Cuando salimos a estudiar fue lo más traumático porque separarme de mi papá y de mi mamá fue terrible”.

Pasados los 18 años, a pesar de los obstáculos que cómo mujer i cómo campesina de clase humilde enfrentaba en su contexto, ya con su compañero Hernán y su hija Andrea, intentaron por una temporada vivir y trabajar en el campo. Pero, “mi esposo se fue a pagar servicio militar –en Colombia de 18 meses- y me tocó a mí llevar la batuta de mi hija. Entonces salí a trabajar por primera vez a cuidar otra niña de la misma edad que la mía. Eso fue terrible, dejar a mi niña al cuidado de mi mamá y mi papá”, recuerda Consuelo. Separarse de Andrea fue la única opción en varias ocasiones, “por falta de recursos económicos: allá –en el campo- no hay trabajo para uno de mujer, para los hombres sí pero para nosotros no”. De modo que tocó “salir a la ciudad a buscar trabajo, oportunidades”, asegura la campesina, “la necesidad fue la que me hizo salir de allá”.

familia de Andrea

Andrea se quedó en la sierra, con su abuela, mientras su madre Consuelo trabajaba en la ciudad.

Tuvo trabajos más y menos precarios, todos en el marco de la economía de los cuidados a la que la mayoría de mujeres migradas de comunidades rurales se ven fácilmente enganchadas en todo América Latina.

Consuelo y Hernán se separaron de su hija varias veces hasta establecerse finalmente en Cali donde lograron vivir los tres juntos. Pero seguía habiendo consecuencias negativas: “Yo trabajaba de seis de la mañana a seis de la tarda y mi esposo hay veces le tocaba de día, hay veces de noche. Entonces mi hija prácticamente creció sola.” Quizás por eso, unos años después llegó Samuel, un niño enérgico y activo que crece al cuidado principalmente de su hermana Andrea. Ella, a punto de cumplir los 18 años, es feliz siempre que regresa a La Sierra donde acompaña cuando puede el proceso organizativo del Resguardo Indígena Yanacona y su Guardia Indígena, colectivo comunitario milenario de cuidadoras de la vida y el territorio.

Consuelo y su hijo

Consuelo vive en Cali con su marido Hernán y su otro hijo Samuel, que se mira el bastón de la Guardia Indígena de su padre.

Así las cosas, debido a un modelo de desarrollo que dificulta cada vez más la autonomía en el campo, que precariza el trabajo agrícola y las salidas económicas en el sector rural, que aniquila el estilo de vida comunitario, que señala la ciudad como mejor contexto en el que vivir y que apunta a la profesionalización como único camino de éxito social, miles de personas y familias se han visto llevadas a desplazarse hacia las urbes de América Latina. De 1960 hasta hoy, la población rural del continente ha disminuido desde un 55% a un 20%. En Colombia, además, la violencia de un conflicto armado de más de 100 años de historia crea, hasta hoy, desplazamientos forzados de comunidades enteras situando esta nación en el primer puesto de países con más desplazamiento interno.

“Me gustaría volver a mi casa, a mi tierra. Allá tengo un pequeño rancho, me gustaría arreglarlo: a mí me gusta el campo y acá en la ciudad no me quiero quedar”.

Son varios, pues, los factores que niegan el derecho a permanecer en el propio territorio a las colombianas. Andrea Torres, del Centro de Estudios por la Justicia Social Tierra Digna, se pregunta desde Bogotá: “¿A quién desarrolla el desarrollo? (…) lo que vemos en las comunidades indígenas, en las comunidades afro, en las comunidades campesinas, es que a ellos no los desarrolla.” Consuelo Canchala trabaja hoy desarrollando tareas del cuidado para una familia de clase media en Cali, a 230 km y aproximadamente cinco horas de Los Robles. “Me gustaría volver a mi casa, a mi tierra. Allá tengo un pequeño rancho, me gustaría arreglarlo: a mí me gusta el campo y acá en la ciudad no me quiero quedar”, asegura. Una meta que se convierte en un gran desafío obstaculizado por este modelo que promueve la ciudad por delante del campo, el asfalto por delante de la tierra, y el desarraigo cultural por delante de la permanencia en el territorio.

Consuelo trabajando

Consuelo trabaja por las mañanas haciendo las tareas del hogar de una casa en Cali.

Texto: Berta Camprubí
Fotografía: Montse Giralt
Vídeo: Estel·la Marcos