Lucelly, por ejemplo, envía cada mes parte de su salario a La Sierra. Allá, entre los padres y su hermana Nohemi Canchala, tienen cuidado de Julián David. “Él prácticamente vive en las dos casas porque están juntas”, explica Lucelly, quienes asegura que su hermana “me ayuda demasiado con mi hijo (...) ella le da de comer, prácticamente hace el papel de madre que no puedo hacer yo, va a las reuniones de la escuela, a las citas médicas...”, asume emocionada. Según Lucelly, su hermana “es bendita porque no le ha tocado salir a batallar, a enfrentarse a un mundo diferente como nos toca a nosotras. También está pendiente de mis padres porque está allá”.
Desde La Sierra, Nohemi tiene claro que “sería muy duro dejar a mi padre y a mi madre prácticamente solo” y asegura que Julián David “es como otro hijo por mí, no es sobrino sino hijo”, igual que Mishell, quién “hasta que también se fue hacia Cali, estaba en casa, dormía, comía, hacía sus travesuras, siempre me ha tocado cuidarlos”. A Nohemi no le ha “tocado salir a batallar” a la ciudad, pero batalla cada día en la resistencia en el campo, cuidando de sus padres, a menudo de su hermano pequeño, de su marido, de sus hijos, de los hijos de su hermana, de los animales, de la casa, del huerto... “Mi marido no ha sido nunca una persona egoísta”, se ve llevada a afirmar cuando, emocionándose a medida que avanza, enumera la lista de tareas de cuidado que carga a las espaldas.
Según Marco Alirio, en el campo, “el trabajo de la mujer es lo más duro”. “Es la primera que se levanta y la última en irse a dormir”, recalca la señora Cecilia.
Volvamos ahora, por un momento, al engranaje de las cadenas o tramas globales y locales de los cuidados que dibuja la investigadora colombiana Camila Esguerra para seguir con el relato de Lucelly. Esguerra explica que, “en los países del llamado primer mundo, hay un déficit de cuidados que no ha sido cubierto por políticas estatales de los estados de bienestar sino por la migración de mujeres de países del sur”. Añade que, “cuando migran desde sus países, hay un déficit de cuidados a los países digamos donantes”, también por la entrada de las mujeres al mercado laboral, como es el caso de la doctora Maria Isabel, “que a la vez es cubierto por otras mujeres migrantes, nacionales, o por mujeres del entorno familiar. Esto lo hacen en condiciones todavía más precarias que las que tienen que afrontar las mujeres migrantes del sur o incluso como trabajo no remunerado de curas.”
En esta historia, Cecília, Consuelo y Nohemi son las mujeres que, con todo el amor, se hacen cargo del déficit de cuidados que de manera inevitable deja Lucelly mientras ella, teniendo cura de Salomé, se encarga del déficit que deja la doctora Maria Isabel Pava. Cómo sigue explicando Esguerra, “es una trama de relaciones muy complejas” donde se tienen que tener en cuenta “las narraciones de estas mujeres migrantes, es decir toda la carne, toda la sangre, que hay detrás las historias de migración y del trabajo de cuidado”. Tareas de cuidados tan invisibilizadas y ninguneadas como las emociones, los sentimientos, los afectos y las distancias sostenidas por estas mujeres.