Cuidar
al otro lado
del Atlántico

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Miles de migradas y exiliadas encarnan una fuga de cuidados de América Latina hacia el Estado español. Ocupadas como trabajadoras del hogar, en condiciones de alta precariedad, palían la creciente dificultad para cuidar y ser cuidadas en nuestro entorno.

130 millones de horas diarias

en 2018 en trabajo de cuidados no remunerado.

68%

del tiempo dedicado al trabajo de cuidados no remunerado en España es asumido por mujeres.

Más de 600.000

trabajadoras del hogar

Más de 1 millón de puestos de trabajo

podría crear el Estado español en el sector de los cuidados si aumentaran las inversiones en un 109% respecto a los niveles de 2015.

7 de cada 10

trabajadoras del hogar en régimen de internas son migradas extracomunitarias.

96%

de las mujeres ocupadas como trabajadoras del hogar en régimen de internas están a cargo de tareas de cuidado.

73,7%

de las mujeres extranjeras que trabajan en el sector provienen de países de América Latina.

FUENTES:

Organización Internacional del trabajo (OIT)

Estadísticas 2018 de ATH-ELE

Informe de Comisiones Obreras sobre el trabajo de la población extranjera en Cataluña del 2017

MARÍA
OSORIO

Origen:

Bogotá (Colombia)

Migración a:

Tarragona (Catalunya)

8.444 km

Trayectoria desde Bogota a Tarragona

MARÍA
OSORIO

Cuidar en otra familia ha sido la vía que María Osorio ha encontrado para contribuir a cuidar de la suya. Quince años a distancia es el precio de ser un apoyo económico principal, y María lo acepta “para que no les falte de nada”, dice. Ha vivido el entierro de su madre por videollamada y ha asumido que pasar lejos los últimos años de vida de su padre es la manera como puede procurarle una vida más confortable, al otro lado del Atlántico. Allí, la responsabilidad cotidiana de proveer cuidados a las personas mayores de la familia ha ido saltando de una hermana a otra. Ahora la tiene Alejandra. En Bogotá (Colombia), por 12 horas de una casa a otra, limpiando y cuidando de criaturas, gana unos 13 euros. “Le hago más bien si me quedo aquí”, concluye María.

Son decenas de miles las mujeres migradas y exiliadas de países del Sur global, principalmente de América Latina, que, como María, son ocupadas en el sector de trabajo doméstico una vez en el Estado español. En muchos casos, se las solicita en régimen de interna (viven en la casa donde trabajan) para quedarse a cargo de criaturas y, sobre todo, de personas en situación de dependencia por edad avanzada o enfermedad, “el trabajo más mal pagado”, considera María. “Cuidar de un abuelo 24 horas implica a veces no dormir ni de día ni de noche; es estar 100% por aquella persona”, remarca. Según recoge el estudio Economía de los cuidados y política municipal: hacia una democratización del cuidado en la ciudad de Barcelona, dedicarse a cuidar dentro del sector doméstico conlleva condiciones precarias que a menudo no permiten a las trabajadoras garantizar un cuidado digno a sus propias familias o a sí mismas.

La entrada generalizada de las mujeres al mercado laboral y el envejecimiento de la población, en Europa en general y en el Estado español en concreto, conforman el big bang de la crisis de los cuidados, una desestabilización en la que la dificultad para cuidar y ser cuidadas en un sistema socioeconómico que no prioriza las necesidades de las personas –en tensión con las necesidades de los mercados para acumular capital– se agudiza, afecta a franjas más amplias de población y evidencia un déficit de cuidados.

El subdesarrollo del cuarto pilar del bienestar –donde se situaría la infradotada ley de la dependencia–, sumado al poco alcance de alternativas dirigidas a socializar la responsabilidad de proveer cuidados a criaturas, personas ancianas y enfermas, así como la falta de corresponsabilidad de los hombres en el trabajo no remunerado para sostener la vida, han convertido la “sustitución de una mujer por otra mujer” en una estrategia individual para reorganizar los cuidados cotidianos y satisfacer la necesidad en el interior de las familias.

Externalizar el trabajo de cuidados a espaldas de otras mujeres más precarizables es una estrategia individual en auge desde los años 90 en el Estado español.

Esta fórmula de externalizar el trabajo de cuidados, en auge desde los años 90, ha sido promovida en especial en los estados del sur de Europa, según recoge el Anuario CIDOB de la Inmigración de 2018, y se ha basado en traspasarlo a espaldas de otras mujeres más precarizables. Eso cuando en el hogar hay suficiente dinero para hacerlo. A veces, no más que una pensión, explican varias trabajadoras consultadas.

Según cifra la Organización Internacional del Trabajo (OIT), cerca del 70% del tiempo de trabajo de cuidados no remunerado en el Estado lo dedican las mujeres y una de cada cuatro en edad laboral declara no estar disponible para la ocupación en el mercado de trabajo o que no busca empleo a causa de tener que asumir trabajo de cuidados. “La inserción de mujeres migradas de América Latina en sociedades industrializadas permite que muchas mujeres se desarrollen profesionalmente porque cuentan con otra mujer que hace el trabajo de limpieza y cuidados, sin cuestionar el desigual reparto de tareas en el interior de su hogar”, observa Morena Herrera, activista de la Colectiva Feminista para el Desarrollo Local de El Salvador. A la vez, el trabajo de decenas de miles de migradas ocupadas como trabajadoras del hogar, en condiciones discriminatorias respecto al resto de sectores laborales, “acolcha la falta de respuesta de los estados ante las necesidades de políticas de cuidados”, remarca.

“Hay una división internacional, sexual y racial del trabajo, según la cual una mujer blanca del Estado español vale mucho más que una mujer no blanca venida de fuera, cosa que hace que las migradas acaben enganchadas en estos lugares de trabajo precarios”, analiza la investigadora del CIDER Camila Esguerra.

Según el informe de Comisiones Obreras sobre el trabajo de la población extranjera en Cataluña de 2017, cerca de cuatro de cada diez mujeres provenientes de América Latina se ocupan en el sector doméstico y representan tres cuartas partes (73,7%) de las mujeres extranjeras que trabajan en él. “Hay una división internacional, sexual y racial del trabajo según la cual una mujer blanca del Estado español vale mucho más que una mujer no blanca venida de fuera, cosa que hace que las migradas acaben enganchadas en estos lugares de trabajo precarios”, apunta Camila Esguerra, investigadora del Centro Interdisciplinario de Estudios de Desarrollo de la Universidad de Los Andes (CIDER).

María habla por teléfono

María hace una videollamada a su hermana Alejandra, en Bogotá, donde también trabaja en el sector doméstico.

Sobre las ocupadas en régimen de internas, a modo orientativo, las estadísticas de la Asociación de Trabajadoras del Hogar de Bizkaia (extraídas del asesoramiento a más de 500 mujeres durante el 2018), indican que siete de cada diez son migradas extracomunitarias. La gran mayoría (95,88%), a cargo de tareas de cuidados. Casi todas, de personas en situación de dependencia. Ocho de cada diez viven solas con las personas atendidas. “Hablar de importación de mujeres suena mal pero sería correcto, porque el trabajo de las migradas como cuidadoras internas se ha transformado en una forma de esclavismo que satisface la necesidad de cuidados aquí, en una gran soledad, que acompaña la otra gran soledad que aparece en la crisis de cuidados: la de las personas de la tercera edad”, expone Wendy Espinosa, coordinadora de proyectos de Mujeres Pa’lante.

La migración de las mujeres, a diferencia de la de los hombres con familiares a cargo, se asocia a una fuga de cuidados y genera una cadena: igual que muchas migradas y exiliadas ocupadas en el sector doméstico en estados como el español llenan un vacío tradicionalmente cubierto por las mujeres de manera no remunerada desde dentro de la familia, en su país o territorio de origen, el déficit de cuidados que queda cuando ellas migran es cubierto, a menudo, por otras mujeres del entorno familiar. Abuelas, tías, hermanas… asumen el trabajo de cuidados presencial “de una forma precaria, porque no tienen tiempo, porque son muy mayores, porque están muy cansadas”, asegura Herrera.

La ley de extranjería hace que el trabajo de interna se convierte en un pseudorefugio cargado de abusos, desprotección y aislamiento, ante la necesidad de techo y el riesgo de deportación.

Hay casos en los que el déficit de cuidados, exportado al entorno de la mujer que ha migrado o se ha exiliado hacia Europa o los Estados Unidos, es cubierto por otra migrada, del país mismo o de otro de la región, ocupada también en el servicio doméstico “en condiciones todavía más precarias que las encaradas por las migrantes del Sur a países del Norte”, asegura Esguerra. “El 98% son de origen rural, muchas afros e indígenas, que llegan a las ciudades a hacer trabajo de cuidados porque es el único lugar que las recibe”, detalla. El mismo lugar que, a nuestro alrededor, se suele reservar a las que no tienen “ni el capital de la blanquitud, ni de ser occidental, ni de la masculinidad ni de tener los papeles en regla”, describe la investigadora del CIDER. Con una ley de extranjería que dispara como mínimo tres años a la economía sumergida, el trabajo de interna se convierte en un pseudorefugio cargado de abusos, desprotección y aislamiento ante la necesidad de techo y el riesgo de deportación.

Alejandra y el padre de María en la cena

Alejandra es la mujer de la familia Osorio que ha quedado a cargo de cuidar a su padre.

Durante ocho años María tuvo miedo de salir a la calle y no puedo visitar a su familia, mientras no consiguió regularizar la situación administrativa. En quince años, los reencuentros han sido solo dos. “Irse es una decisión que cuesta, pero a veces las situaciones te obligan. O las oportunidades”, plantea María. Dice que, mayoritariamente, ha tenido buen trato por parte de las personas para quienes ha trabajado y que, para ella, las personas mayores a quienes cuida son importantes y llega a quererlas. También, de su trabajo, dice que ha encontrado personas que te humillan, que es un trabajo que te quita libertad y que su deseo sería volver a Colombia y estar cerca de su padre, ahora que ya pasa de los 80 –como lo hacen las personas que varias familias catalanas han dejado a cargo de María los últimos años.

Según recoge el informe del XIX Dictamen del Observatorio de la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales, cerca de dos de cada diez personas con la dependencia reconocida en el Estado español no reciben prestación ni servicio del sistema de atención a la dependencia (19,2%). Afecta a 250.000 personas; 98.000 con necesidades de apoyo extenso y, a veces, continuado. Si bien la prestación económica para cuidados en el entorno familiar se concebía como una excepción, se convirtió en la norma, cosa que el documento califica de “fracaso del sistema”, al evidenciar la “inexistencia de servicios o su falta de flexibilidad”.

Así mismo, el informe considera “improrrogable” regular los perfiles profesionales idóneos para encargarse de la asistencia personal. Mantiene que la utilización de contratos de servicio doméstico, “que no reflejan el trabajo a realizar ni presuponen profesionalización y desprotegen claramente a las trabajadoras, sin derecho al paro ni a cotizaciones mínimas”, no es el camino adecuado para esta finalidad, por lo que las administraciones gestoras “no tendrían que admitir estas fórmulas y tendrían que habilitar otras de manera urgente”. “Los estados de bienestar han explotado a las mujeres del propio país a través del trabajo que no entra en las cuentas nacionales [el del hogar y los cuidados], pero han sobreexplotado a las mujeres migrantes; son estados de bienestar gracias a la relación geopolítica de explotación entre países”, señala Esguerra.

Sale más económico pagar a una persona en casa que no una residencia. Si nos negáramos todas a cuidar, ¿que harían?”, plantea María Osorio, trabajadora del hogar, migrada de Colombia.

Las de Bolivia, las de Ecuador, las de Colombia… Buena parte de las conocidas de María en Tarragona son migradas. Excepto ella, tienen criaturas, muchas en el país de origen, y casi todas, asegura María, se dedican a cuidar de personas mayores. “Si no estuviéramos las que cuidamos a los abuelos, ¿qué harían los hijos? A veces lo hablamos con las amigas. Sale más económico pagar a una persona en casa que no una residencia. Si nos negáramos todas a cuidar, ¿que harían?”, plantea María.

María charla con una amiga

María comparte un rato libre con una amiga, también migrada de América Latina, también ocupada en el sector doméstico y también con pocas horas para ella misma.

Rocío
Echeverría
Valverde

Origen:

Lima (Perú)

Migración a:

Barcelona (Catalunya)

10.024 km

Trayectoria desde Bogota a Tarragona

ROCÍO
ECHEVERRÍA
VALVERDE

Como muchas de las mujeres provenientes de América Latina que, en medio de abusos y subprotección social, palían la crisis de los cuidados a nuestro alrededor, Rocío Echeverría tiene estudios superiores. En Perú se dedicaba a la comunicación social. Durante los años que lleva viviendo en el Estado español, no ha salido del sector de trabajo doméstico.

Manejarse con el alemán, a raíz de su primera parada migratoria en Europa, fue un motivo de peso al escogerla para cuidar a las criaturas de una familia. Y, remarca Rocío, de paso, limpiarles la casa, planchar, cocinar y “lo que hiciera falta”. Era el primer trabajo después de semanas y semanas haciendo cola en una parroquia, durante horas, junto a decenas otras mujeres migradas en situación administrativa irregular, para conseguir que las derivaran a casas en las que ocuparse.

A diferencia de buena parte de sus compañeras del sindicato de trabajadoras del hogar y los cuidados Sindillar/Sindihogar, Rocío no migró movida por la necesidad de mejorar la calidad de vida de su familia, ni cruzó el Atlántico mientras su hija dependía de ella. Es muy habitual, explica, que mujeres de países del Sur global tomen la decisión de buscar una fuente de ingresos en Europa con las criaturas todavía pequeñas. Pagarles los estudios es un motivo recurrente, detalla Wendy Espinosa, coordinadora de proyectos de Mujeres Pa’lante.

La dificultad de acceder a derechos como la educación de calidad, la sanidad y la protección social, como el sistema de pensiones, no puede desvincularse de las cadenas de cuidados.

En contextos de amplio espacio ganado por las privatizaciones y muy poco por el trabajo decente –el que se realiza de acuerdo con los derechos laborales fundamentales, permite un ingreso justo y proporcional al esfuerzo realizado y sin discriminación, define la OIT–, migrar se ve como una vía para incrementar los recursos económicos y, de la mano, mejorar la calidad de vida de las personas que quedan en el lugar de origen. Hay casos en los que resulta, directamente, una estrategia de supervivencia familiar.

“A pesar de no ser experiencias homogéneas, sí que hay un punto compartido de desafío de las mujeres latinoamericanas ante las dificultades en los países de origen”, plantea Sara Cuentas, activista de la Red de Migración, Género y Desarrollo. “Si tienen que viajar, estar solas y encontrar una oportunidad económica, lo hacen, sin importarles los peligros y condicionantes que encuentran, porque lo que importa es obtener recursos, cosa que conlleva que muchas mujeres estén asumiendo condiciones muy injustas, sin seguridad social, todo en negro, como internas de lunes a domingo por 400 euros o menos”, detalla. El hecho de tener criaturas a cargo es un factor que coinciden a denunciar las organizaciones consultadas y que añade dificultad a la hora de negociar las condiciones de trabajo, dada la urgencia de contar con dinero, no solo para vivir ellas, sino para las personas que han dejado en el país de origen.

Muchas mujeres migran solas con la vista puesta en la reagrupación familiar, y se convierten en cabezas de familias transnacionales a través del envío de remesas. “Muchos países se han dado cuenta de que la población se contenta con el dinero que llega del trabajo precarizado de las migradas al Norte global, que contribuyen al PIB nacional de manera muy significativa, por lo que a los gobiernos les interesa que se mantengan allí como la única manera de suplir parte de la pobreza”, denuncia Cuentas.

Junto a la llamada migración económica, las mujeres que se alejan de casa para ganar seguridad o que huyen para salvaguardar la vida –como es el caso de defensoras de derechos humanos y colectivos de exiliadas–, una vez en el Estado español también suelen quedar enganchadas al sector doméstico. “Las causas que nos expulsan de nuestros espacios cotidianos tienen que ver con la falta de oportunidades y los efectos que ha tenido la expropiación de tierras. Y esta expulsión se retroalimenta con la demanda de mano de obra barata para cubrir un trabajo no valorado como es el trabajo de cuidados en los países de destino, que atrae a las víctimas de la expulsión”, plantea Mercedes Rodríguez, miembro de la Colectiva de Mujeres Refugiadas, Exiliadas y Migradas de Colombia, uno de los países con una diáspora más grande en el Estado español.

Celebración de una asamblea

Rocío forma parte del sindicato de trabajadoras del hogar y de los cuidados Sindillar/Sindihogar, que se reúnen en La Bonne para preparar actividades de incidencia y autocuidados.

Megaproyectos de capital occidental conllevan un aumento de la violencia vivida por las poblaciones y miles de personas empobrecidas, exiliadas y desplazadas.

Encontrar empresas “haciendo negocio en medio de la pobreza y la violencia”, como describió una delegación de la Mesa Catalana por la Paz y los Derechos Humanos en Colombia sobre la empresa catalana Grupo TCB en Buenaventura el año 2016, no es excepcional en América Latina. Megaproyectos de capital occidental, como la expansión del puerto de Buenaventura o las actividades extractivistas, en muchos casos, conllevan un aumento de la violencia vivida por las poblaciones, amenazas y asesinatos contra quienes no se resignan a la vulneración de derechos humanos y de las comunidades y miles de personas empobrecidas, exiliadas y desplazadas.

La “transnacionalización de los cuidados” tiene que entenderse como “una forma reactualizada de las relaciones coloniales”, analiza la investigadora del CIDER Camila Esguerra.

De hecho, la “transnacionalización de los cuidados” a la que ponen cuerpo estas mujeres del Sur global tiene que entenderse, según analiza la investigadora del CIDER Camila Esguerra, como “una forma reactualizada de las relaciones coloniales”; una expresión de dominación de los países enriquecidos con la extracción de materias primas, frente aquellos países que han sufrido y sufren el expolio. “En el momento de la migración, las relaciones coloniales se reactualizan en un plano micropolítico, en el cuerpo de las personas, que viven, no solo el racismo del Estado, sino el de las personas que las contratan y del entorno que habitan”, afirma.

Son numerosas las ocasiones en las que Rocío ha procurado acompañar y aligerar malestares de compañeras dedicadas al trabajo del hogar y los cuidados, ocasionados por el trato recibido en las familias empleadoras. Les recomienda que se lo tomen como lo que es: un trabajo. Pero cuidar nunca se normaliza como una ocupación cualquiera, afirma. “Es casi imposible verlo como una fuente de ingresos y punto. Te vinculas aunque no quieras, porque las cuidas, las alimentas, empiezas a saber cuáles son sus hábitos… Te vas vinculando emocionalmente, sobre todo con criaturas y con la gente mayor, las que dependen más de ti”, explica.

El sentimiento de culpa por ‘descuidar’ a las suyas mientras, lejos de casa, cuidan de otras, es un peso, de corte patriarcal, añadido a la mochila migratoria de las mujeres.

Algunas han migrado primero del campo a la ciudad. Otras, directamente a Europa. Hay quienes, antes, han pasado por una migración intracontinental. Hay algunas que han vivido varios desplazamientos dentro del propio país. En común en los relatos, suele haber el sentimiento de culpa por descuidar a las suyas mientras, lejos de casa, cuidan de otras. Un peso, de corte patriarcal, añadido a la mochila migratoria de las mujeres.

Las trabajadoras del hogar y de los cuidados en la manifestación del 8M.

Las trabajadoras del hogar y de los cuidados en la manifestación del 8M.

Texto: Meritxell Rigol
Fotografía: Montse Giralt
Vídeo: Núria Gebellí