Sobre las ocupadas en régimen de internas, a modo orientativo, las estadísticas de la Asociación de Trabajadoras del Hogar de Bizkaia (extraídas del asesoramiento a más de 500 mujeres durante el 2018), indican que siete de cada diez son migradas extracomunitarias. La gran mayoría (95,88%), a cargo de tareas de cuidados. Casi todas, de personas en situación de dependencia. Ocho de cada diez viven solas con las personas atendidas. “Hablar de importación de mujeres suena mal pero sería correcto, porque el trabajo de las migradas como cuidadoras internas se ha transformado en una forma de esclavismo que satisface la necesidad de cuidados aquí, en una gran soledad, que acompaña la otra gran soledad que aparece en la crisis de cuidados: la de las personas de la tercera edad”, expone Wendy Espinosa, coordinadora de proyectos de Mujeres Pa’lante.
La migración de las mujeres, a diferencia de la de los hombres con familiares a cargo, se asocia a una fuga de cuidados y genera una cadena: igual que muchas migradas y exiliadas ocupadas en el sector doméstico en estados como el español llenan un vacío tradicionalmente cubierto por las mujeres de manera no remunerada desde dentro de la familia, en su país o territorio de origen, el déficit de cuidados que queda cuando ellas migran es cubierto, a menudo, por otras mujeres del entorno familiar. Abuelas, tías, hermanas… asumen el trabajo de cuidados presencial “de una forma precaria, porque no tienen tiempo, porque son muy mayores, porque están muy cansadas”, asegura Herrera.
La ley de extranjería hace que el trabajo de interna se convierte en un pseudorefugio cargado de abusos, desprotección y aislamiento, ante la necesidad de techo y el riesgo de deportación.
Hay casos en los que el déficit de cuidados, exportado al entorno de la mujer que ha migrado o se ha exiliado hacia Europa o los Estados Unidos, es cubierto por otra migrada, del país mismo o de otro de la región, ocupada también en el servicio doméstico “en condiciones todavía más precarias que las encaradas por las migrantes del Sur a países del Norte”, asegura Esguerra. “El 98% son de origen rural, muchas afros e indígenas, que llegan a las ciudades a hacer trabajo de cuidados porque es el único lugar que las recibe”, detalla. El mismo lugar que, a nuestro alrededor, se suele reservar a las que no tienen “ni el capital de la blanquitud, ni de ser occidental, ni de la masculinidad ni de tener los papeles en regla”, describe la investigadora del CIDER. Con una ley de extranjería que dispara como mínimo tres años a la economía sumergida, el trabajo de interna se convierte en un pseudorefugio cargado de abusos, desprotección y aislamiento ante la necesidad de techo y el riesgo de deportación.